Te traigo la seda fina,
el tabaco y el café,
una rosa sin espinas,
una perla peregrina,
un perfume y un quinqué.
Te traigo contra la ley,
aguardiente de cebada
del que le sirven al rey,
peinecillos de carey
y agujitas niqueladas.
Me llevo tu nombre escrito
por los montes de la luna.
¿Cómo puede ser delito,
en este mundo maldito,
quererte como a ninguna?
Te traigo el frío y el sueño
tiritando en la camisa:
los pasos son más pequeños
cuando el miedo se hace el dueño,
cuanto más grande es la prisa.
Te traigo la luz del rayo,
aviso de puñaladas,
la amenaza de los gallos,
las carreras sin desmayo
y el dolor por las cañadas.
Me llevo de amor herido
mi furtivo corazón.
¡Malhaya si voy cautivo:
la sangre del fugitivo
no reconoce prisión!
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